jueves, 30 de noviembre de 2017

La última vez que fuimos de la mano

Hace apenas unas semanas compartimos con otras familias de la diócesis de Getafe dos etapas más del Camino de Santiago, que comenzamos allá por el 2014 y que tendrá como meta la ciudad del apóstol en 2021. Dos fines de semana al año completamos dos etapas en un grupo que esta última vez (desde Hornillos hasta Frómista) sumábamos casi 270 personas, la mayoría niños.

Esta experiencia supone un gran regalo. Primero porque es una vivencia directa de Iglesia. Además, participar de un proyecto a largo plazo, supone un especial atisbo de inconformismo que nos viene de maravilla en esta época de materialismo e inmediatez que nos rodea.

También es emocionante ver cómo los hijos aguantan largas marchas (subimos con holgura la famosa cuesta al salir de Castrojeriz, que tiene una pendiente de más del 14 % durante un kilómetro), participan con emoción en las Eucaristías, cantan, ríen, y… también muestran sus debilidades.

Nos faltaban apenas unos kilómetros para llegar a Frómista. Desde lejos veo a uno de los míos, ya con la edad de uso de razón cumplida, flaquear un poco. Me pongo a su lado y, como he hecho otras veces en anteriores etapas, le cojo de la mano para tirar un poco de él. Retiró la mano sutilmente, nos miramos, y nos sonreímos. «¿Te da un poco de vergüenza ir con tu padre de la mano?». «Sí». Y de nuevo, una gran sonrisa. Yo, un nudo en la garganta. Sabía que estaba asistiendo a una manifestación de cambio.

Recordé unas palabras de Mauro Giuseppe Lepori en Jesús también estaba invitado. Conversaciones sobre la vocación familiar (Ediciones Encuentro) donde lo explica precioso. Cada etapa de crecimiento de un hijo provoca una aplicación de tiempo, energía, paz y alegría. Porque supone un modo distinto de acoger a un hijo, ya que esta potente palabra, acoger, no solo es para cuando un hijo llega.

Para Lepori, abad general de la Orden del Císter, acogida es reconocer al otro que recibo, no es crear la vida, e implica por tanto el hecho de que el otro es un don, es siempre un don, y «relacionarse con otra persona, aunque sea nuestro hijo, sin la conciencia de que es un don, falsea la relación con esa persona […]. Es necesario encontrar en el tiempo el origen gratuito de nuestra vida y de la vida de todos».

Y ahora, ya sin ir de la mano, seguimos caminando juntos hacia la meta.

Publicado en Alfa y Omega

martes, 14 de noviembre de 2017

Ojos que no ven. Cautivos de falacias

En la famosa (y tristemente profética) distopía imaginada por Orwell en 1984, una de las claves está en lo que llamó neolingua, una modificación de los significados y significantes para alterar el pasado y el recuerdo, para evitar toda comparación del presente con el pasado, y para salvaguardar la infalibilidad del que tiene la posición dominante. José Luis Gutiérrez en Objeciones y convergencias con la Doctrina Social de la Iglesia (CEU Ediciones) hacía un análisis clarividente de cómo la finalidad última de esa neolingua está en extinguir la posibilidad de la libertad de pensamiento y acallar la voz de la conciencia. En ese ambiente opresor de 1984, el Partido provoca un vocabulario reducido, limitado a las sensaciones indispensables para vivir. La crítica orwelliana que tenía como objetivo el comunismo soviético es aplicable a todo tipo de políticas opresoras en nuestras democracias occidentales.
En 2010, J.Á. González Sainz publicaba Ojos que no ven (Anagrama), una novela en la que una familia emigra a una de las industriales poblaciones del norte, ante la falta de perspectiva económica. Allí, la mujer y el hijo mayor sucumben a las fascinaciones del discurso de los «nuevos amos», y a las nuevas significaciones de las palabras identidad y afirmación. Así, el padre de esa familia «aunque no sabe muchas cosas y que es todo lo pobretón que tú quieras, hay algo que sí que sabe: que unas cosas son justas en esta vida y otras injustas; que unas cosas son atinadas y otras un completo desatino; que unas, como en el campo, crecen sanas y otras en cambio crecen esmirriadas o llenas de plagas […], y que unas suelen traer aparejado el bien general y otras no acaban acarreando más que calamidades y atrocidades». Ese padre muestra una especial sensibilidad hacia las circunstancias que le rodean, y González Sainz se pregunta si en ellas hay un reclamo constante a la conciencia. El autor parece que deja la pregunta sin contestar, pero su propio personaje parece que sí ha atisbado respuesta. Y todo gracias a su propio padre, el que hace unos 80 años y ante una situación igualmente injusta le muestra el sentido de grandeza de la vida. Por eso, a pesar de su origen humilde, cuida las palabras y en un intento desesperado querrá mostrar a su mujer y su hijo las falacias de las que son cautivos. Por la belleza de la narración, por lo que reclama la verdad, y por lo actual de esta historia, es Ojos que no ven una novela imprescindible.


Por qué Ayaan Hirsi Ali se ha convertido

 Artículo de Carl Trueman publicado en El Debate (Traducción de Pablo Velasco) Ayaan Hirsi Ali, ex musulmana y ahora ex atea, ha declarado r...