Said Aouita, o Auita (como exige el manual de estilo de El País), era un atleta marroquí de los años 80.
Recuerdo perfectamente la primera vez que le ví, creo que en las olimpiadas de Los Ángeles. Estaba viendo el atletismo con mi tío Manolo, y comenzaba la final de los 1.500 metros (que vienen a ser unas tres vueltas a un estadio).
Mi tío me señala al atleta de Marruecos. Un tipo desgarbado, feo, flaco y bajito.
-Ese va a ganar
- imposible- pensé yo, con ese escepticisimo que se gastan los niños ante las afirmaciones de los mayores, de su referencia, pero que esconden unas ganas enormes de ser sorprendidos.
Al lado de Auita estaban dos yankees gigantes, con musculadas piernas y pinta de ganar. Con esas camisetas en las que se leía bien grande eso de “USA”.
Comienza la carrera.
Said sale el último. Llega el último en la primera vuelta, con bastante distancia. Los americanos primeros, a grandes zancadas.
Segunda vuelta. Said ya va penúltimo. Es momento de hacer bromas y pitorrearme de mi tío. Da un poco de vértigo comprobar los primeros patinazos de los adultos a los que se admira, pero es divertido.
Última vuelta. A Auita no se le ve.
No se le ve porque va adelantando a todos por el exterior. Nótese que por el exterior de la pista se recorre más distancia, por eso en las carreras de fondo todo el pelotón va pegado a la línea interior.
Adelanta, y sigue adelantando. Recta final. Los últimos cien metros son un paseo para Auita que llega primero sacando distancia a los USA.
Me acuerdo mucho de Said Auita. Auténtica metáfora vital.
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