Acabo de escribir el anterior post y en directa relación con el tema descrito, me encuentro con un precioso poema de Enrique García-Máiquez: El hijo que no tengo.
Me emociona profundamente. Me provoca especialmente. Un cierto pudor me impide dejar un comentario.
Siento en mi naturaleza nostálgica y en mi ridículo nivel de frustración una gran admiración y comunión hacia él, sin conocerle. No por compartir pena, porque no es el caso. Sino por la gran necesidad que existe en nuestra sociedad de dar una respuesta con sentido a esa dura prueba.
Yo que soy padre, no dejo de repetirme y de ser consciente de que los hijos son un don, son un regalo. Inmerecido, claro. Son acogidos con temor y temblor, con gran responsabilidad. No son un producto propio, ni un merecimiento.
Apelado por esa necesidad de sentido, encontré principio de respuesta en Juan Pablo II, recordando a los esposos el hecho de que siguen siendo con otros para los demás, siendo ocasión para hacer importantes servicios a la comunidad.
Me emociona profundamente. Me provoca especialmente. Un cierto pudor me impide dejar un comentario.
Siento en mi naturaleza nostálgica y en mi ridículo nivel de frustración una gran admiración y comunión hacia él, sin conocerle. No por compartir pena, porque no es el caso. Sino por la gran necesidad que existe en nuestra sociedad de dar una respuesta con sentido a esa dura prueba.
Yo que soy padre, no dejo de repetirme y de ser consciente de que los hijos son un don, son un regalo. Inmerecido, claro. Son acogidos con temor y temblor, con gran responsabilidad. No son un producto propio, ni un merecimiento.
Apelado por esa necesidad de sentido, encontré principio de respuesta en Juan Pablo II, recordando a los esposos el hecho de que siguen siendo con otros para los demás, siendo ocasión para hacer importantes servicios a la comunidad.
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