El maestro Hitchcock, en un excelente libro que recoge una conversación con Truffaut, afirmaba que la imaginación del espectador es mucho más eficaz que mostrar explícitamente una escena de terror o de suspense. Para ello se sirvió del llamado fuera de campo.
Desde luego no había inventado la pólvora.
Novelas y obras dramáticas están cuajadas de ejemplos así.
Verbigracia, que dirían los cursis de mis colegas, La última del cadalso, de Gertrud Von Lefort, reeditada en Encuentro.
La historia del martirio de quince carmelitas en plena revolución francesa.
La novela está configurada de forma epistolar. El narrador, que cuenta a una amiga los hechos, afirma que en la plaza donde se instaló la guillotina, estaba tan repleta, que apenas sólo podía intuir algo de lo que sucedía. De repente, cuenta, se hizo el silencio, sólo se escuchaban a las hijas de Santa Teresa entonar el Veni Creator con paso firme hacia el martirio. A medida que iban ejecutando a cada Carmelita, iba perdiendo volumen el Veni Creator, hasta la última voz, la última del cadalso.
La autora no cuenta en ningún momento detalles de la ejecución, ni explicita nada. Pero el lector se imagina perfectamente la composición de lugar.
miércoles, 16 de diciembre de 2009
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