jueves, 21 de junio de 2018
Aunque tú me sigas reclamando
En la sección de ensayo de las librerías estamos asistiendo a un tema recurrente. Es uno de los grandes hits de la historia del pensamiento: el tiempo. Que si las horas son minutos y los minutos segundos, que si podemos sacar el pie de ese río donde no lo vamos a volver a meter, que se nos escapa de las manos como arena…
Nos podemos hacer acompañar de Byung-Chul Han y El aroma del tiempo. Un ensayo filosófico sobre el arte de demorarse (Herder), con esa intuición tan certera de no creer que la crisis temporal de hoy pasa por la aceleración, sino que «la crisis de hoy remite a la disincronía, […] a la percepción de que el tiempo va a tumbos, a la atomización del tiempo». De este modo, uno mismo se convierte en algo pasajero y nos hace buscar desesperadas vías de salida, como la absolutización de la vida activa.
Y en este paso nos encontramos con qué hacer con la espera, con los intermedios, con las transiciones. Nos encantaría decir como el poeta Luis Rosales eso de «¿en qué consiste la plenitud? / Si llega tarde a la cita, / la espera forma parte / de la alegría», pero no siempre nos sale. La alemana Andrea Köhler quiere hacernos ver que la espera es, seguramente, la más fundamental de las vivencias humanas, y lo hace magistralmente con su El tiempo regalado. Un ensayo sobre la espera (Libros del Asteroide). Hace un recorrido por distintas obras del pensamiento y la literatura occidental, con interesantísimas catas como las páginas dedicadas a la enfermedad que hace particularmente dura la espera («Si hubiera un ángel de la espera, ese sería el anestesista. Y cuando el narcótico os lanza al olvido, la espera se desplaza hacia los otros»), o aquellas dedicadas a la inmediatez y a la exigencia de la misma que nos ha provocado la comunicación online, y todos esos reproches por no contestar el WhatsApp al momento.
Pero este tiempo regalado tiene otro regalo con un epílogo de Gregorio Luri que pide a gritos un libro propio. Son unas pinceladas en las que directamente alude a la muerte como clave para entender la vida: el hombre consciente de que está vivo, porque ha sido tocado por la muerte.
De la manera como describe tan bellamente Rocío Solís en sus versos: «Yo porque tengo fin, yo porque cambio, / porque me martirizo con tus agujas, / por eso siento, por eso puedo mirar, / aunque tú me sigas reclamando».
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