viernes, 6 de septiembre de 2019

Poesía que es consuelo: Carmen Palomo, "Las costuras del hambre"

El verdadero fuego «que nos dieron los dioses» es el lenguaje. Gracias al lenguaje podemos pensar, nuestras experiencias y sentimientos adquieren forma con él, es fuente de confesión, de oración… de poesía. Lo dijo Holderlin: habitamos poéticamente esta tierra.  Me ha sucedido con Las costuras del hambre (Esdrújula Ediciones) de Carmen Palomo Pinel. Su poesía es consuelo, no porque nos endulce una experiencia, sino porque comparte nuestras dudas y nuestros sentimientos. Se trata de un poemario que acompaña, escrito por alguien con un impacto fuerte de realidad, que muestra en sus versos el sentido de su propia conciencia. Su obra ha obtenido el II Premio de Poesía Esdrújula, con un jurado de campanillas compuesto por Ángeles Mora, Raquel Lanseros, Antonio Praena y Joaquín Pérez Azaústre. A Carmen Palomo nos la podemos encontrar a diario en los pasillos de la Facultad de Derecho de la Universidad CEU San Pablo. Allí es profesora de Derecho Romano. Otro dato que me reconcilia. De nuevo, en las solapas de los libros, encontramos a autores que «son de Derecho», de esa carrera que amuebla tan bien la cabeza.
En sus versos comprendemos diversas experiencias. De un golpe nos llegan su belleza y verdad. Podríamos decir que tiene una línea clara conjugada con una gran delicadeza en el uso del lenguaje, cuando inventa palabras compuestas (veterosueñas, o las velas nunca-encendidas-del-todo) o bien cuando juega con la tipografía (Avanzamos más deprisa más rápido más rápido / ma´s rp´aido). Y hablaba de experiencias porque la poetisa las muestra y logra entonces trascender ese yo para universalizar esa mirada. De las muchas ocasiones en que he exclamado «¡Y tú también!» leyendo a Palomo, la pregunta de si hay algo que perdura en el tiempo es la que más veces he encontrado. En «Mi hijo más pequeño no comprende la muerte», encontramos a una madre perpleja: «Me dice cada vez que piensa en ella / mamá, el sol se hará muy grande, se tragará la Tierra / y solo eso es la muerte para él. / No los abuelos, no mi pecho en sequía». Después en su poema VI leemos: «Cuánto ¿inútil? Esfuerzo / para llenar de cuerpo y de presencia / este instante al que nunca volveremos» y en «Aproximación al miedo», «¿has visto lo que queda / de lo que queda / de la vida?». Para concluir en el poema XX, tomando prestada esa pregunta de Eric Clapton de «Will you know my name / if I saw you in heaven / Porque al final de todo / solo importa que estemos / y nos reconozcamos».

lunes, 2 de septiembre de 2019

La estación boba

«La estación boba», así definía la prensa inglesa de principios del siglo XX a las vacaciones. Un por entonces joven periodista, GK Chesterton, no salía de su asombro. En un artículo publicado en octubre de 1905 en el Illustrated London News (recientemente traducido al español en un estupendo compendio de artículos publicado por Ediciones Encuentro: El fin de una época), afirmaba por el contrario que se trata de la única época del año en la que hay tiempo para la sabiduría: «por primera vez tenemos un momento para pensar, ese tiempo de reflexión que tienen los campesinos y los bárbaros, un momento en el que se escribieron La Ilíada y el Libro de Job».

martes, 8 de enero de 2019

Él resulta el único crítico atendible

Un encuentro inesperado en la capilla del hospital. Apenas nos conocemos de cruzarnos saludos en el portal y en el barrio. Sí, desde el accidente de tu chico me he parado a preguntarte alguna vez. Hasta vernos en otro contexto del cotidiano. En la capilla del hospital. Me cuentas que vienes casi a diario por las sesiones de rehabilitación del chico, «¿sabes? Y aquí, en la capilla, paso mucho tiempo. Ya sabes que no soy mucho de Misa, pero vengo y le hablo. Unas veces me enfado: “¿Pero cómo permitiste que le pasara?”, y al momento le doy las gracias porque le salvó de las garras de la muerte. Yo no sé rezar, pero hoy he traído una vela porque me acabo de enterar de que a un chico de la misma edad le ha pasado lo mismo y ahora está en coma. ¿Tienes un mechero?».

Apenas balbuceo que no, que no fumo, pero seguro que en la capilla habrá alguno. Profundamente conmovido pienso cuánto tiempo hace que no le he hablado yo al Señor de esa manera. Qué forma más maravillosa de tratar de amistad con quien bien nos quiere. Piso terreno sagrado.

Así nos advierte la profesora Guadalupe Arbona en el prólogo de Diario de oración (Ediciones Encuentro) de Flannery O’Connor. Una invitación a asomarnos al vértigo de una oración. No vayamos con el bisturí a diseccionar y dejémonos sorprender.

Porque estamos ante una escritora fuera de lo común. De ella contaba el crítico Pietro Citati que «cada día se retiraba a su habitación, cerrada con llave, donde hacía muecas dando vueltas con los puños cerrados para poner fuera de combate a su Ángel Custodio».

La invitación se convierte en tentadora y aún más cuando O’Connor pertenece a esa estirpe de artistas que crean porque «Él resulta el único crítico atendible», y como dijo Jiménez Lozano en una época como la nuestra de pobreza en historias memorables, ella resulta una excepción, y lo hace desde su fe, con un plus de realismo y de esperanza. En su Diario de oración nos deja pistas extraordinarias, como cuando nos confiesa que ha comenzado «una nueva fase en mi vida espiritual: me fío»; o que el único de los cuatro aspectos de la oración en el que es competente es la súplica; o cuando nos avisa del peligro de que el hombre tome su propio límite como medida en la relación consigo mismo: «Si dejas de reconocer el pecado, o si se lo quitas al demonio como demonio y se lo das al demonio como psicólogo, también quitas a Dios».

Descalcémonos, que pisamos terreno sagrado.

Publicado en Alfa y Omega

Por qué Ayaan Hirsi Ali se ha convertido

 Artículo de Carl Trueman publicado en El Debate (Traducción de Pablo Velasco) Ayaan Hirsi Ali, ex musulmana y ahora ex atea, ha declarado r...