martes, 22 de julio de 2014

Como un ataque de comanches borrachos

En un librito sobre la paternidad (titulado Manu), Manuel Jabois se lamenta de que en las primeras semanas del bebé, "perdimos el humor, lo cual es terrible, porque nos concentramos tontamente en disfrutar del niño en esa tarea heroica que supone cazar el tiempo para hacerlo volver". La elección del adverbio "tontamente" me parece "muy inteligente". Porque al tiempo no le caza nadie, y menos aún si se trata de ver crecer a los hijos. Porque la vida no sucede en fila india, sino que es un ataque de comanches borrachos.




Lo dice precioso Miguel D'Ors en su poema Incompetencia:

Evidentemente no soy el hombre adecuado. Amo el silencio y la lentitud con una indesmayable vocación vegetal. Me gusta la rutina física: que el despertar, la barba, las comidas y el descanso corran fáciles por el carril de la costumbre sin exigirme que baje cien veces cada día a tomar decisiones respecto a mi animal. Quisiera que la vida fuese ocurriendo en fila —primero esto, después lo siguiente, por último lo 
demás— y no como un ataque de comanches borrachos. Detesto los balones de rugby y todo género de 
sorpresas. Las noches más inolvidables de mi juventud son aquéllas que pasé durmiendo en un sueño abisal, hermético, absoluto —ay, cuánto las añoro, con su ausencia de luna, 
ruiseñores, etc.—. Adoro las casonas de piedra nobiliaria y los Dufy. Disfruto asistiendo entero a cada uno de mis actos y odio tener aquí los ojos, allí los pies y al otro lado las 
palabras. Mi idea de la felicidad se parece a la nieve de 
Wyoming y mi interlocutor preferido es el fuego. Comprenderán ustedes que sin duda soy la persona menos indicada para ser miguel d’ors.

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