Los gestos, las ceremonias, especialmente aquellas que son compartidas y que expresan el dolor y el desconsuelo, exigen en sí la publicidad como ingrediente ineludible. Muestran también el acento, el tono que tenemos como sociedad. La ceremonia cívica en homenaje a las víctimas del coronavirus ha dejado un regusto amargo. Se dispuso como una manifestación pública quizá buscando un mínimo común, pero mediante una creación de nueva planta de una expresión conocida, una ceremonia ex senatusconsulto, una ceremonia por decisión gubernamental. Una serie de símbolos y una disposición que a nadie decían nada, que estaban vacíos de significado. Los muchos «fallos de protocolo» así lo mostraron, al igual que el desconcierto de los asistentes. Algunos de ellos no pudieron remediar querer ser centro de mesa.
Unos círculos concéntricos, un pebetero (palabra que aprendimos en las olimpiadas de Barcelona 92, aquella vez que vivimos algo en común), unas flores blancas depositadas por algunos representantes, no había nombres concretos, quizá un número… tal artificio hace muy difícil la compasión, el padecer con, y lo peor, suscita la sospecha.
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Unos círculos concéntricos, un pebetero (palabra que aprendimos en las olimpiadas de Barcelona 92, aquella vez que vivimos algo en común), unas flores blancas depositadas por algunos representantes, no había nombres concretos, quizá un número… tal artificio hace muy difícil la compasión, el padecer con, y lo peor, suscita la sospecha.
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