
Llavaba su mismo camino, por lo que procuraron mantenerse a sus espaldas. Pero
avanzaron demasiado rápido y él demasiado lento para guardar la distancia. Es
francamente difícil describir sensatamente a un pelma en una novela por la
sencilla razón de que es un pelma. El relato debe intentar concentrar y un pelma
lo que hace es desparramar. Sólo a la larga se le descubre. Y entonces, sin
duda, se le siente. Es opresivo, como el viento siroco que la gente del lugar
reoconoce al instante mientras que el de fuera no lo nota. Tenet occiditque. Si
le oyes hablar por primera vez, piensas que es agradable y hasta te parece que
sabe cosas. Pero cuando ves que no acaba nunca o que te suelte siempre lo mismo
cada vez que te topas con él, o que te tiene en pie has casi desfallecer, o que
te engancha con la rapidez de un rayo en el preciso momento en que querías
llegar puntual a algún asunto, o que -¡no falla!- te obstruye esa conversación
verdaderamente interesante que estaba empezando a tomar cuerpo; entonces, no hay la menor duda, la verdad estalla escandalosamente ante ti, apparent facies:
estás en las garras de un pelmazo. Tienes dos posibilidades: rendirte o huir,
porque derrotarle es imposible. Por tantom parece evidente que a un cargantón
como éste no podemos sacarlo aquí porque entonces la novela se volvería tan
insoportable como él mismo. Así que, lector, creéme, acepta sin más
que este Bateman tan tieso es lo que te digo y dame las gracias por
ahorrarte la prueba.
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