lunes, 28 de septiembre de 2009

Ser ciego en Granada


Al salir de la catedral de Granada por la fachada principal, detrás de una protectora reja de hierro forjado, se puede leer en un azulejo lo siguiente:

"no hay el vida pena como la de ser ciego en Granada"

verso de Francisco Alarcón de Icaza.
Más de acuerdo no puedo estar. Y más seguro de que estamos ante una frase susceptible de conseguir el premio a la más repetida en ceniceros, camisetas y delantales de las tiendas de souvenirs.
Aún así, sigo de acuerdo.
Paseamos la tribu juntos por la ciudad. Y propuse cambiar la cita por:

"no hay pena como la ver Granada tirando o sujetando de "n"
individuas inconscientes e imprevisibles"


Me quedé tan ancho y creo que superé el límite permitido de quejas por ciudadano.
Acto seguido se cruzaron delante de nosotros unos sonrientes padres tirando de un carrito con un precioso niño con una parálisis evidente.
Claro, lo que te sale es eso tan mafaldesco de "vamos a callarnos a nuestra casa". Pero no se trata de consolar mi pena en la pena mayor del otro. Nunca fui partidario del sabio de Calderón.
Sino de darme de tortas por no vivir con alegría deuteronómica, que diría Benedicto XVI.
La bondad de haber visto Granada con los ojos de aquellos que han sido encomendados a este menda, provoca que quiera borrar la cita inventada o el título del post.
Ellas me exigieron explicaciones, justificaciones y nombres. Creánme que no se contentan con cualquier cosa.
Yo yo doy gracias por ese don. Con dolor de espalda, frustración de cenas que no existieron, y desengaños de paseos románticos, incluidos.

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