lunes, 22 de junio de 2009

Días feriados


Como dice mi madre, “a la feria hay que ir todos los años, aunque no se compre nada”.
Las órdenes de las madres son la auténtica fuente de las tradiciones. Esto da tranquilidad, porque el hombre de hoy sólo llega a crear modas pasajeras.

Este año, he batido mi plusmarca personal y he hecho tres visitas a la feria.

Siempre he vivido al ladito del Retiro (mal que les pesen a Roci y a Modes, ellos que son de la periferia…). Y la feria la he sentido siempre como algo muy mío, “de mi barrio”, como la mercería o el quiosco de prensa de toda la vida.

La primera visita iba acompañado de toda la tribu, pero en versión extendida. Resultado: nos paramos en la caseta de una de las mejores editoriales infantiles que es Kalandraka, y gracias. De lejos, mientras tiraba de algún carro, iba viendo esas casetas, objetos inalcanzables de mi deseo. Disfruté mucho en Kalandraka, lo confieso, y casi me llevo todo. Me encantan las ilustraciones, tan innovadoras, tan vistosas, tan originales…

La segunda visita fue con Roci y sin tribu. Sí, es con ella con quien me siento yo. Casi ná. Fuimos directos a Renacimiento a por la antología (por fin) de Miguel D’Ors, y a cumplir un recado de Anita que nos pidió El juicio del doctor Johnson, de Chesterton, que ya se lo había comprado “pero no con la traducción de menganita que es la mejor”. Bueno, nuestra Ana es así, y por eso nos chifla. Dimos un paseo entre casetas, no hacía mucho calor, y el cielo de Madrid estaba de película. Y comenzó a llover a cántaros (Buckets of rain que dice Bob Dylan). Nos refugiamos en Siruela, y me acordé de las ganas que tenía de leer eso de Steiner de que Europa está hecha para ser caminada y la importancia de los cafés y tal. Recuerdo una bonita conversación con el profesor Rodriguez Tapia, del que tengo un gran recuerdo. Nos llevamos el librito y me acordé de que estoy a la espera de recibir de la misma editorial los artículos de Steiner en el New Yorker para reseñarlo en la radio. Anoto en la agenda que aún tenemos una conversación pendiente con Ana sobre “La idea de Europa”.

Felices y bien agarraditos, nos fuimos paseando entre los reyes de España a por el coche, porque es que ya no vivo en el barrio, ¡sino en la periferia!

Llegó la tercera (visita, pero días después esta frase tendrá un sentido totalmente distinto). Mañana de sábado. Calor a más no poder. Roci había quedado con su hermana pequeña para ir de compras. La tribu en el circo Price. Pasé olímpicamente de la tesis y me fui a la feria. Reconozco que me cuesta horrores ir a los sitios sólo, porque no hay nada más en el mundo que me guste más que compartir con otros las alegrías. Hice un recorrido según me parecía, sin orden ni concierto. Lo primero que fui es de nuevo a Renacimiento a comprar otra antología de Miguel D’Ors para regalársela a Ruth, otra gran amiga. En la misma caseta me llevé un poemario de Andrés Trapiello, que me dedicó el mismo con estas bellas palabras: “Para Rocío y Pablo, vuestro nuevo y viejo amigo”. Le dije que lo había pasado en grande con Los amigos del crimen perfecto (por cierto, las siglas son AdCP, uy casi).

Abandoné a Trapiello y me fui a la BAC. Me iba para comprar las cartas y escritos de San Francisco Javier, gran amigo nuestro, y así hice. Casi me llevo las actas de los mártires, pero, pelín caro, oiga ¡qué ya están en dominio público!
Pasé por Alfaguara, y me llevé uno de los vampiros para Ire, y me regalaron chapas y todo tipo de parafernalia promocional, “como en la feria del campo”, diría mi madre un rato después.

Seguí andando, estuve un rato en Pre-textos, Rialp, Encuentro, Libros del asteroide (que compartía caseta con otras), buscando El Acantilado. Que este año estaba en la peor parte de la feria, que es el tramo que sube hasta la entrada por O’Donell.

Antes de llegar me encontré de firmante a Kiko Méndez-Monasterio, que es un tipo que me cae estupendo y que son de esas amistades hechas a través de la literatura. Con mucha gracia me dijo que “como había estado el día anterior también, ya había agotado a la familia y a los amigos, y hoy no tengo a quién firmar”. Me fui pensando en lo bien que lo pasé leyendo su novela La calle de la luna. Llegué por fin a Acantilado. Iba directo a por todo lo de Andrés Neuman. Me llevé la colección de micro-ensayos (que me gusta más que aforismos) El Equilibrista, y aún sigo disfrutando, y lo que te rondaré morena. Me dio rabia no llevarme la poesía completa de Neuman, pero la economía doméstica me pedía a gritos contención.

Decidí no seguir hasta la caseta del CSIC, donde iba a buscar un libro para la tesis. Me di la vuelta. Antes me encontré con una antología de artículos de Goytisolo (José Agustín) en Galaxia, pero no lo compré, a pesar de que insistieron en la caseta en desprecintar el libro, y quedé fatal, claro. En la caseta de al lado que no recuerdo cuál era, encontré la obra de un ilustrador francés interesantísimo. Se llama Francois Matton (Tout va bien).

Busqué una sombra, un banco, una coca. Hice repaso de lo comprado, y dediqué los libros que eran para regalar. Por un momento me creí escritor firmante en las casetas…

Me faltabas mi lado para decirte sesenta veces por minuto “¡qué bien lo estamos pasando!”


Pd: acabo de tener una conversación con JB sobre los posts largos. No le he hecho ni caso, y eso que estoy totalmente de acuerdo con él

1 comentario:

  1. ¡Qué gran entrada! Yo no sé si estoy de acuerdo con JB. Tres visitas a la Feria no se pueden contar en el espacio de una visita a la Feria. Y si lo cuentas en tres veces, a lo mejor pierde mucha unidad.
    Gracias por el encargo del Dr. Johnson, y sobre todo por chiflaros con mis chifladuras. ¡Y por acordarte de que tenemos pendiente la conversación sobre el libro de Steiner! Y por esta entrada, leerla es como estar otra vez andando por la Feria...

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